miércoles, 26 de diciembre de 2012

Cabeza buque: 2. El despertar


Nada más despertarme no noté nada. Remoloneé un rato mientras me desperezaba e intenté levantarme. No pude. Mi cabeza me lo impedía. En realidad ya no era mi cabeza, o sí, quizás siempre lo fue y nunca me había dado cuenta, ¡pero no! ¡Desperté patentemente desorientado y extrañado por mi deforme testa! De alguna forma, haciendo fuerza y contorsionándome, conseguí levantarme. Me miré al espejo pero no encontré mi propia mirada, sino unas incisivas tablas ordenadas sobre mi cuello, formando (deformando) un amplio bote. El susto no fue mayúsculo porque aún no había despertado del todo. "El sueño", me dije, "pero esto no es un sueño". Claro que no era un sueño. Las cosas estaban duras, bien caídas en su sitio, se podían oler.