Entre tocho y tocho Tolkien hacía acuarelas
Pues sí, mi historia con la saga de El Señor de los Anillos se remonta a eras oscuras, y es turbia (pese a mi habitual incapacidad para dejar un libro a medias no pude terminar Las dos torres), pero cuando El hobbit cayó en mis manos pude por fin introducirme con facilidad en aquel fantástico mundo de fantasía (aquí casi tengo un pleonasmo, del gusto).
Años después tengo más que oído lo de que "El hobbit es una lectura infantil, está escrito para niños", pero en aquel primer encuentro con este libro me enfrenté, ya desde antes de abrirlo, con un libro de apariencia bien adulta. Lo recuerdo de tapas duras, marrón oscuro, ajado y desgastado, cubierta despejada y con el nombre sólo en el lomo. Lo recuerdo grande y místico como una biblia. Una visión muy alejada de la que mucho más tarde (es decir, hace bien poco) descubrí que había sido su primera edición en español: un ejemplar titulado El hobito (donde los trolls eran llamados enanos, y los enanos, gnomos, y otros líos).
A mí me hace risa
(el de la izquierda es Gandalf)
Leí El hobbit con mucho gusto y como si de la épica más prestigiosa se tratara. Pasó a ser uno de mis favoritos. Lo leí un par de veces de prestado, y leí otro par de veces una versión muy buena en comic. Por fin, el curso pasado, que estuve en Inglaterra, conseguí hacerme con una versión original, que confiaba ser capaz de leer. ¡Y eso estoy haciendo ahora! Se acercan las fechas de estreno de la película de Peter Jackson y quería tener una última lectura íntima antes de que la maquinaria cinematográfica me grabe sus imágenes a fuego y no pueda deslindarlas de mis próximas lecturas (me encantan las adaptaciones de cine, pero ¡qué gran drama que éstas acaparen la imaginería de la ficción literaria!).
Una fiel imagen del episodio de "Acertijos en la oscuridad"
(o una burda excusa para amenizar con imágenes)
Y hasta ahí la introducción de lo que quería hablar (¡que no! [y sí (pero no [bueno...])]).
En esta nueva relectura (¿he alcanzado ahora el pleonasmo, cariño?) he disfrutado lo que nunca antes: las canciones de los elfos y los enanos. ¿Será la rima, el ritmo? Lo que sea. Lo que en la versión española leía por compromiso (el compromiso tácito de leer de cabo a rabo), ya que me resultaba más bien innecesariamente decorativo, en su original inglés puedo disfrutarlo por su musicalidad y armonía. Imagino que todos coincidimos en las bondades de los originales frente a las traducciones, y aunque la traducción me parece un "mal" terriblemente necesario, en esta ocasión no puedo hacer menos que alegrarme de disfrutar el original. No soy capaz de explicarlo mucho más, tan solo puedo limitarme a transcribir un ejemplo, que será más ilustrativo que mis disertaciones:
Original:
O! Will you be staying,
Or will you be flying?
Your ponies are straying!
The daylight is dying!
To fly would be folly,
To stay would be jolly!
And listen and hark
Till the end of the dark
To our tune.
Ha ha!
(Una) Traducción:
¡Oh! ¿Aquí os quedareis,
o en seguida os iréis?
¡Se extravían los poneys!
¡La luz del día muere!
Sería malo irse;
mucho mejor quedarse,
y escuchar y atender
hasta el fin de la noche
nuestro canto.
¡Ja! ¡Ja!
Las traducciones siempre plantean muchas preguntas (no me extrañaría que suelan enfrentar el contenido con la forma). En este caso la cuestión principal es: qué hacer, ¿preservar el mensaje con precisión -palabra por palabra-, o buscar imitar el tono y la rima? La respuesta que se da aquí es lógica y conservadora: mantener las palabras. La otra opción implica una dificultad mucho mayor (con grandes dosis de creatividad), y además un riesgo: el alejarse del propósito original del autor.
La materia de la traducción da para muchos volúmenes. De momento vuelvo a las canciones de arriba y me pregunto, ¿cuánto se nota el cambio, y en qué?