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domingo, 21 de julio de 2013

Los intelectuales y la gente que no lee; una cita de Roger Wolfe

 No lo suscribo completamente, pero tiene su aquel, sobre todo al principio:
   ¿Por qué demonios preocupa tanto  a los "intelectuales" que "en este país la gente no lea"?
   ¿Qué cojones me importa a mí lo que haga o deje de hacer la jodida gente?
   Como si se la menean colectivamente.
   Además, en este país se lee bastante más de lo que se dice. Siempre lo he pensado.
   Y, claro, en realidad hay una explicación: a los "intelectuales" lo que de verdad les molestaría sería que todo el mundo leyera. Y que, encima, todo el mundo tuviera su propia opinión sobre las cosas. ¿Qué iban a decir ellos entonces? ¿A quién le iban a soltar su mierda en los periódicos, en la televisión? Quieren que todo permanezca ordenado y bajo control. Que nadie les rompa la baraja. Que nadie pueda inmiscuirse en sus jueguecitos de salón.
   QUE SE SIGAN PUDIENDO DAR POR CULOS LOS UNOS A LOS OTROS SIN QUE NADIE LES JODA EL JUEGO.
   El problema de los "intelectuales" es que son una subespecie de político. De político de tres al cuarto.
   Y nadie se atreve a decirlo, de una puta vez.
   Me merece más respeto el código social de las ratas de alcantarilla. ¿A quién diablos quieren engañar?
   Termina siendo un poco incendiario, pero sobre lo de cuánto se lee o se deja de leer; me ha dado por buscar datos de ejemplares prestados en bibliotecas públicas, por tener alguna referencia, y esto es lo que he encontrado: Préstamos a usuarios. No tengo ni idea de cómo interpretar los datos (en los últimos años oscilan en torno a 30 millones de libros prestados al año). Pero se está sacando un puñado de libros (me gustaría compararlo con otros países, para hacerme a la idea de si es mucho o poco), y aunque muchos terminarán sin ser siquiera leídos (termina pasando), otros se leerán más de una vez por préstamo (que es lo que suele pasar en mi casa y supongo que en otras tantas).

   En cuanto al número de usuarios registrados, suman 11,15 millones, que de una población de 47,27 millones de habitantes hacen el 23,58%, es decir, aproximadamente una persona de cada cuatro tiene carné de biblioteca pública. Más gente que la que no tiene teléfono fijo en España (20%). Sal a la calle. Es probable que una de cada cuatro personas que veas (probablemente más, en un entorno urbano) coge algún libro de vez en cuando. Si tan emperrados estamos en que la lectura es la solución a todos los males, es para dar saltos de alegría. Qué pena que no sea, ni de coña, tan fácil.

Nota: al final he encontrado un documento más completo sobre hábitos de lectura; Hábitos de lectura 2012. Según esto, se lee un montón. Al menos, "una vez por trimestre". Y con más edad se tiende a leer menos. Pero paso de ponerme a analizar esto. Ahí lo tenéis para lo que queráis entender. Sólo diré que el porcentaje de personas entre 14 y 24 años que lee periódicos me parece irreal. Claro que si cuenta mirar un periódico de reojo cuando te estás tomando unas cervezas en un bar, lo entiendo. Además, joder, que los libros más vendidos del año pasado fueron las sombras de Grey. Si todo va a ser así, prefiero que la gente no lea.

sábado, 20 de julio de 2013

Todos los monos del mundo, de Roger Wolfe [17 de 50]

Se ve bastante de pena, pero se ve

   Un libro que engancha. Este tío habla claro, es directo, mordaz e incisivo. De colmillo retorcido. El género del libro lo llama ensayo-ficción, y viene a ser un puñado de textos variados escritos durante un par de años: reflexiones, insultos, literatura, anécdotas y mucho, mucho criticar la gilipollez humana.Y de eso no se salva nadie, ni los autores más sacralizados por los corrillos intelectuales (especialmente esos son los que menos se salvan).

   Puedo probar algunos adjetivos: es agresivo, egocéntrico, ingenioso, un tanto fatalista, pero rebelde, divertido, gruñón, paranoico, provocador. Se caga en casi todo lo cagable, con una facilidad que da gusto. Pero también reconoce unos cuantos autores que le gustan, transcribe algunas de sus traducciones (y artículos publicados en revistas), se congracia con la vida (unos pocos momentos en que se puede aspirar a "estar bien"). Y hace bastantes comentarios sobre el mismo escribir: su necesidad, su peligrosidad, su estupidez, la basura en que muchas veces resulta.

   Este libro sirve de ligera conversación con su autor, saltando de tema en tema, unas veces el tema da para dos líneas, y otras, para unas cuantas páginas. En cualquier caso, da gusto presenciar el desparpajo con que reparte estopa a todo lo que le parece idiota. El autor demuestra una voz emancipada de casi cualquier correción estándar: ya sea política o lírica. Personalmente, me ha encantado. Es de 1995, pero es mucho más fresco, inteligente y aterrizado que mucho de lo que se sigue escribiendo hoy día. Y sobre todo, muy crítico con coco (aunque el coco sea el suyo), algo que se echa bastante en falta en la concepción habitual de las humanidades y la literatura (este pensamiento puede estar influenciado por otro libro que estoy leyendo -La manía de leer-, pero es algo en lo que concuerdo).

   Copio un extracto, para terminar:
   Nunca he pretendido que la mierda que yo cago sea necesariamente mejor que la que cagan los demás.
   Simplemente que su olor no me molesta tanto.
     Ah, y bueno, también habla de alcohol, drogas y tal.

Esta entrada es parte de mi reto de Leer 50 libros en 2013

viernes, 19 de julio de 2013

MEDIA DOCENA DE NORMAS QUE AHORA MISMO SE ME OCURREN, de Roger Wolfe

(1) Nunca pidas consejo sobre lo que escribes. Nunca des consejos sobre lo que escriben los demás. Que cada palo aguante su vela; el verdadero escritor sabe lo que tienen que hacer; el que no lo sabe, que se dedique a poner ladrillos.
(2) No hables con nadie sobre lo que estás escribiendo. Esto es a veces dificil, pero con la práctica se consigue. Los objetivos son básicamente dos: evitar el plagio consciente o inconsciente de tus ideas y evitar que se te vaya la fuerza de lo que escribes por la boca. El escritor, la propia palabra lo indica, es alguien que escribe. No tiene por qué querer ni saber hablar.

(3) Evita la sobreexposición a toda costa. Un poco de publicidad es bueno; demasiada, un coñazo. El exceso de cobertura informativa -reseñas, entrevistas, declaraciones, fotos (mucho cuidado con las fotos)- se convierte rápidamente en algo odioso. En el primer caso, las reseñas, no se puede hacer gran cosa. En cuanto a las entrevistas, hay que saber escoger, siempre que se pueda. Una mala entrevista puede hacer más daño que diez años de trabajo fallido.

(4) Jamás acudas a la televisión. En cualquier caso, jamás lo hagas a menos que estés absolutamente seguro de poder dominar el medio. Esta facultad es extremadamente rara. Recuerda que la cámara, como la fotografía, siempre miente. Y que intentarán por todos los medios hacerte decir gilipolleces que luego quedarán filmadas para el resto de la eternidad.

(5) En las entrevistas, utiliza la insidia de los periodistas a tu favor. Es decir: desvía su atención jugando con su propia psicología. No digas nada que requiera un mínimo análisis para ser entendido. Habla despacio, usa frases cortas, y si quieres conseguir un determinado titular, suéltalo por el extremo de la boca, como quien no quiere la cosa. Recuerda que el periodismo es deductivo, nunca inductivo. Esto quiere decir que un periodista jamás escucha lo que tú estás diciendo; saca conclusiones basadas en juicios previos y luego juega a encajarlas con cada palabra que dices.

(6) En cuanto a los críticos, pueden ocurrir tres cosas: a) No hablan de ti. Chungo. Eso hay que arreglarlo, y rápido. b) Hablan de ti, y bien. Pasando. c) Hablan de ti, y mal. Es la mejor de las tres posibilidades. Significa que te consideran lo bastante peligroso como para perder el tiempo intentando echarte abajo, y que tu obra va perdurar. Reclínate y sigue con tu trabajo. Su cadaver no tardará en pasar ante tu puerta.

Extraído de Todos los monos del mundo