lunes, 10 de junio de 2013

El nombre de la rosa, de Umberto Eco [14 de 50]

...de aquí a mañana debo averiguar la verdad. Debo averiguarla.
¿Debéis? ¿Quién os lo exige ahora?
Nadie nos exige que sepamos, Adso. Hay que saber, eso es todo, aún a riesgo de equivocarse.

   Esta obra ha sido objeto de muchas interpretaciones. Esta es una más que añadir al carro, eso sí, es un análisis consciente de la intención que la propia novela tiene de generar hipótesis sobre su significado. Es un análisis y una crítica especialmente recomendada para conocedores de la historia, pero si no te importa leer sobre ella sin conocerla, adelante: 
   Si la novela tiene una tesis, ésta no es es completamente explícita, pero es bastante claro que la historia, y especialmente el final, guardan algún mensaje, aunque parece que el autor se ha esforzado por mantener cierta ambigüedad que fomente el análisis personal de la lectura. Esta ambigüedad buscada se ve clara en uno de los pasajes finales, cuando Adso plantea una demostración de la no existencia de Dios y Guillermo responde: «¿Cómo podría un sabio seguir comunicando su saber si respondiese afirmativamente a tu pregunta?», a lo que Adso pregunta a su vez, planteando las dos formas posibles de interpretar esta respuesta: «¿Queréis decir que ya no habría saber posible y comunicable si faltase el criterio mismo de verdad, o bien que ya no podríais comunicar lo que sabéis porque los otros no os lo permitirían?», a lo que ya Guillermo no llega a responder, gracias a una conveniente interrupción. De esta manera, como ocurre también en otros pasajes de mensajes sutiles, se deja el texto abierto a interpretaciones, que es lo que el autor desea, y a partir de ahí lo demás son elucubraciones. 

   Parece claro, sin embargo, que siendo Guillermo el personaje principal y encarnando la visión crítica, la templanza, el amor por el saber y el sentido común, el texto nos hace simpatizar con él y con sus virtudes, que en muchas ocasiones son opuestas a las del resto de personajes con que se cruza. Obviamente, se critica el fanatismo, del que Jorge de Burgos es máximo exponente y que lleva a la biblioteca, «la mayor biblioteca de la cristiandad», a arder junto al resto de la abadía. 

   En definitiva, y visto desde el punto de vista del narrador, es la historia de una duda, un cuestionamiento implícito que se hace Adso a raíz de aquellos acontecimientos. No se explicita si es una duda de fe, pero parece sugerido. La vida de Adso no cambió tras la aventura de la abadía, pero su mentalidad, que parece estar exorcizando mendiante la escritura, quizás sí que evolucionó un tanto, al menos como para llegar a cuestionarse la raíz de sus verdades y, por tanto, la validez de éstas. Por tanto, si este libro porta alguna tesis concreta, yo apostaría por que es ésta: la interrogación, el cuestionamiento de la creencia ciega y los dogmas.


Valoración:

   Me parece en su mayor parte entretenida, en muchas ocasiones educativa, tiene un buen puñado de temas sobre los que reflexiona y puede hacer reflexionar (y no completamente explícitos). Recién terminado me pareció muy bueno. 

   Creo que es fácil de leer: el misterio y el detective enganchan, las discusiones eruditas se hacen amenas y sirven para caracterizar a cada personaje y avanzar en la trama al mismo tiempo. Además todo el misticismo que se alcanza en torno a la biblioteca, su orden y los libros que guarda me recuerda a Borges y su pasión por los libros y los laberintos, algo que me atrae. Tiene algunas insinuaciones semióticas y para mí, que he estudiado semiótica pero que nunca he terminado de entenderla o cogerle el gusto, me parecen preferibles los ejemplos prácticos, como los de esta novela, en los que se ve cómo se alude a los significados, los significantes, los signos, sus interpretaciones, y las relaciones entre todos estos, en lugar de las digresiones teóricas. Lo más pesado de leer son algunas descripciones extensas sobre obras de arte, pero estas son las menos y suelen ser muy visuales, lo que las ameniza.

   Es recomendable y tiene un buen puñado de citas interesantes (y no me refiero precisamente a las que están en latín). Los párrafos finales del Ultimo Folio me parecen especialmente buenos, y quizás contengan, aunque levemente, algo de lo que carece el resto de la novela: verdadera emoción. Porque el resto de la novela tiene acción, muerte e incluso amor, pero no se sumerge en ello de una manera que llegue a ser emotiva, sino que todo está presentado de una forma muy intelectual. Esta, si acaso, podría ser mi única crítica, pero creo que el libro está concebido de esta manera de una forma consciente y por tanto está bien tal y como está, pues cumple la función que su autor había ideado para él (incluyendo además, entre otras, la función polemizar y sugerir diversas interpretaciones).

Esta entrada es parte de mi reto de Leer 50 libros en 2013

domingo, 2 de junio de 2013

Ad infinitum [Relato]

 

El problema de la inmortalidad será el ping-pong —dice Hao, y envía con fuerza un mate cruzado que Xin no puede devolver—. Bien jugado. —Hao se limpia la mano en la mesa, junto a la red, y se la tiende a Xin. Xin no completa el apretón de manos.
La revancha. —dice Xin.
Deberíamos volver al trabajo. Pero está bien. Cambiemos de lado.
Es lo mismo. Saca.
Hao hace su primer saque fuerte pero sin efecto. Xin no tiene dificultad en devolverle la pelota con potencia redoblada, y con efecto. Hao consigue defenderse, pero su golpe es tan forzado que el punto ya está sentenciado. Entre punto y punto, Hao pasa la mano sobre la mesa, junto a la red. Hao vuelve a sacar. A partir de ahora, se dice, sacar siempre, siempre, con algún efecto. Esta vez el punto dura un rato de idas y venidas, y termina llevándoselo Hao.
Como te decía —retoma Hao mientras Xin saca—, podemos lograr que la mente sea inmortal mediante los algoritmos informáticos que hemos desarrollado y la memoria de toda una vida que estamos volcando en ellos, pero...
Ahórrate tus pensamientos y teorías para el Volcado.
Lo haré, te lo juro. En cuanto terminemos la partida lo transcribiré todo. Tengo buena memoria, lo sabes. No se va a perder nada. —el punto termina y Hao pasa la mano sobre la mesa, junto a la red, como de costumbre.
Sacas. —dice Xin.
No desprecio nuestro trabajo, sabes que le tengo devoción. Ambos la tenemos. Le estamos dedicando nuestra vida, y sé que la recompensa es la inmortalidad. Pero esta es la única ocasión que tenemos de desfogarnos y ser algo ajeno a las máquinas que registran por completo nuestro pensamiento y reacciones día a día. También quiero ser ese algo.
El ejercicio físico y las horas de descanso son estrictamente necesarias para desconectar y poder volver al trabajo con fuerzas renovadas. Para nuestro proyecto no es trascendental ni necesario que tu personalidad consista en algo más que lo que eres mientras interactúas con los demás durante el Volcado. La consagración de nuestras vidas a este proyecto implica muchas renuncias, pero la recompensa es eterna.
Lo sé, pero a veces me hago preguntas.
Hazlas en el Volcado. ¿Cómo vamos?
Ocho a seis, ganas. Ya las hago en el Volcado, pero te las quiero hacer también a ti, aquí. Aunque no me quieras hacer caso.
Durante unos segundos sólo se oye a la pelota cambiando de lado vertiginosamente: pala, mesa, pala, mesa, pala, mesa, pala...
Voy a echar de menos el ping-pong —dice Hao—. Lo que quiero decir, y no me mires mal, es que la inmortalidad no será lo mismo que la vida, sin esto.
Pala, mesa, pala, mesa, pala... Xin erra su contraataque por unos milímetros.
Primer set para ti —dice Xin—. Al mejor de tres, como siempre.
¿No crees que podríamos pensar en alguna forma de introducir el ping-pong en el programa? Quizás podamos desarrollar algún complejo algoritmo capaz de tener en cuenta nuestra complexión física y funcionamiento motor, e incorporarlo al que ya estamos perfeccionando sobre nuestro proceso de toma decisiones, de forma que, aunque sólo virtualmente, podamos disputar partidos de ping-pong indefinidamente.
Demasiado complejo. Aun así, vuélcalo.
Date cuenta: de hecho, ¡el ping-pong puede ser nuestra salvación! ¿Recuerdas la mayor dificultad que surgió cuando lanzamos la primera simulación de nuestro programa? La Consciencia Ad infinitum 1.0, aunque primitiva, a la larga sufría una conmoción porque se volvía fuertemente autoconsciente y autoreferencial, cayendo en un bucle de indolencia que le hacía dejar de interactuar con el resto de bots, programados para alimentar su consciencia y estimularla. Parcheamos aquella falla de mala manera...
Eficaz.
..., estableciendo un retorno obligado a sus actitudes más vitales del principio cuando la Consciencia parecía acercarse a dicho bucle.
Y funcionó —dice Xin golpeando con rabia de revés.
Aparentemente. En las simulaciones más básicas. Pero no deja de ser un parche chapucero. Como si le estuviéramos dando drogas anti-depresivas al programa.
Quizás sea lo que necesite.
Lo que necesitemos. Pero piénsalo. Es como sostener la sonrisa de La Gioconda con esparadrapo. Una verdadera obra de arte y de ingeniería como la que estamos proyectando merece algo mejor. ¡Y en el deporte puede estar la solución! El deporte, por sí mismo, tiende al infinito. No importa cuántas veces un equipo gane o pierda, la competición se repite al cabo de un tiempo con los ánimos renovados y el resultado puede ser diferente. La esperanza y la pasión por el deporte tienden al infinito. Si logramos trasladar ese ámbito y esa ansia a nuestra Consciencia informática, lograríamos subsanar su tendencia al bucle de una forma integrada en el propio sistema.
Tanta cháchara te hace desatender tu juego. Empate a uno. El que gane este set, gana.
Pero piensa lo que te propongo. ¿No te parece razonable?
Saca —ordena Xin, y no retoma la palabra hasta que Hao ha sacado—. Admito que no es una idea del todo descabellada. Pero es demasiado costosa. Todavía nos queda bastante por perfeccionar los algoritmos que simulan las conexiones cerebrales, como para enzarzarnos en programaciones de nuestra entidad física. ¿Te parece poco la inmortalidad de la mente?
¡No, desde luego! Pero empiezo a creer que ésta será una consciencia insostenible si no va acompañada de su contraparte corporal. Lo tengo decidido. Voy a trabajar en un añadido que nos permita al menos jugar al ping-pong, como en la vida real, para desfogarnos también. Lo necesitaremos para la eternidad.
El problema de la inmortalidad será el ping-pong —dice Xin, y envía con fuerza un mate cruzado que Hao no puede devolver—. Bien jugado. —Xin se limpia la mano en la mesa, junto a la red, y se la tiende a Hao. Hao no completa el apretón de manos.
La revancha. —dice Hao.



Inspirado en parte en El Dragón de Madera, de Mario Larrá.
Forma parte del proyecto Espiral de relatos.

sábado, 1 de junio de 2013

El soldado fanfarrón (Miles gloriosus), de Plauto [13 de 50]


   No sé vosotros, pero yo, cuando oigo llamar "Comedia" a una obra de teatro clásica, tengo mis reparos. Entiendo que cierta obra pudo ser considerada una comedia en su día, pero, oye, el humor cambia y si hoy día se le llama comedia es más por darle un nombre, en contraposición con el drama, que porque la obra sea, a día de hoy, verdaderamente graciosa.

   Obviamente, en muchas ocasiones el salto cultural y temporal es importante, sin embargo, cuanto más obritas de éstas conozco, más me convenzo de que estas diferencias no resultan tan acusadas como pudiera parecer. La semana pasada, sin ir más lejos, pude ver Entre bobos anda el juego, de Fernando de Rojas Zorrilla, en el Teatro Principal de Burgos. Pese a ser una obra escrita en el siglo XVII en verso, con su español de la época, muchas veces arcaico y abstruso para un espectador contemporáneo, el público respondió de una forma que me sorprendió: riendo frecuentemente (y al unísono), y no únicamente en los momentos de comicidad más física, sino también en muchas pullas y juegos dialécticos.

   En este caso, la comedia data del 205 a.C., aproximadamente, con lo que el salto es considerablemente mayor. La traducción, por su parte, ayuda a la actualización de la obra, ya que busca un lenguaje común y adaptado a nuestra época, intentando interferir lo mínimo posible en trasladar las connotaciones culturales de la suya. Pero esto no asegura la comicidad. Y pese a todo, el texto permanece perfectamente divertido.

   Los elementos son clásicos: el iluso engañado, el sirviente agudo, los amantes separados ideando argucias para encontrarse, etcétera. Y lo clásico, por si aún no lo sabéis, funciona. Si lo dudáis, basta con atender a la estructura de la inmensa mayoría de las películas comerciales, con su composición en tres actos, por citar sólo un ejemplo claro. La trama gira en torno a un soldado (el 'fanfarrón' que da nombre a la obra) al que le quieren robar la mujer que él había incautado previamente de su hogar. El principal artífice del engaño es Palestrión, esclavo en un principio del primer amante de Filocomasia (la mujer en disputa) pero que termina secuestrado, sirviendo al soldado fanfarrón (Pirgopolínices).

   El principal motivo cómico es el engaño a que se ve sometido el soldado durante toda la obra, ya que los engañadores le alaban exageradamente mientras se parten el ojete de él en los apartes y de cara al público.

   Las mujeres son retratadas como agudas, pero haciendo énfasis en su capacidad de serlo para hacer el mal y engañar, y su incapacidad de ser equilibradas para acometer empresas con una finalidad buena. Por otra parte, el argumento es marcadamente lineal, en el sentido de que no hay sorpresas: se planea un engaño y se lleva a cabo, con cierta tensión pero sin mayores complicaciones, ni giros de guión, ni vueltas de tuerca inesperadas. Al final el soldado fanfarrón es fácilmente engañado para cometer adulterio y entonces le atrapan, y ahí se presencia un aspecto fuertemente cultural del momento: debido a su intención adúltera, amenazan con castrarle en ese mismo momento. Al soldado, en tal tesitura, se le quita toda la fanfarronería, claro, y acepta no denunciar nada y volverse honrado con tal de que no le dejen sin... honra. Con esto y enterándose del engaño que le han tramado (la mujer que guardaba en su casa ya está tirando millas por el mar), termina la obra.

   En conclusión, es una obra de teatro latina ambientada en Éfeso cuya moraleja es una crítica al adulterio y que, pese a no tener giros argumentales, es amena, y en algunos puntos, capaz de arrancar una sonrisa.

Esta entrada es parte de mi reto de Leer 50 libros en 2013