Mi habitación antes de que la habitase este monstruo (por lo devorador de tiempo y espacio) que es el portátil
Hoy me ha dado por darme cuenta de que nunca he ordenado nada. He tirado sin querer uno de mis cajones mágicos, precisamente el más variopinto, en el que guardaba desde dos barajas de cartas (una española y otra francesa) hasta el diversos papeles bancarios, pasando por horarios de regalo de Amábar sin utilizar, un plano de los autobuses de Burgos, una cinta de mini DV, un taquito de post-it, pilas varias, un par de revistas-propagandísticas de videojuegos
del año de la polka, un discman con su cargador, una foto en el marco en el que me fue regalada pendiente desde hace tiempo de ser colgada en alguna pared, y un montón de papeles de diferentes colores (rojos, verdes, blancos) con diferentes escritos o amagos de semi narraciones, entre otros. Al habérseme derramado todo el contenido en el suelo, al ir rellenando de nuevo el cajón, he tenido oportunidad de tirar varias de las cosas que ya no tenían utilidad, como las instrucciones de un reloj que ni recordaba haber tenido, y de sacar de allí cosas cuya utilidad se perdió hace no tanto tiempo (o sí, por ponernos nostálgicos) y de descubrir pequeñas joyas, como una medio cutre pluma-regalo de Nuclenor, o unas entradas de la película Hancock, recuerdo de este verano. El discman ha ido a otro cajón, porque me parecía que en este estorbaba un poco; por otro lado me he deshecho de cosas inútiles, al menos en un cajón como este, como dos muestras de dentífirico o una caja de CDs medio rota... Todos los papeles, para poder ordenarlos más cómodamente, tenían que ir sobre la mesa, pero sobre la mesa apenas había sitio, entre otros papelotes, el atril, el portátil, el disco duro, libros apilados, la minicadena, los discos de música, los cables de cascos, los mp3... He tenido que dejar en el suelo la minicadena, llevar fotocopias de la universidad (mezcladas con hojas de dibujos) a una balda en un armario, y así, jugando con los espacios, he podido desplegar el atril, dejar el disco duro desenredado de cableados y no más sobre fotocopias y, por fin, dejar tranquilamente los papeles para poder ir leyéndolos y clasificando. Entonces, me ha asaltado el pensamiento de que me cuesta increiblemente desprenderme de la mayoría de las cosas que tengo, y que cuando me ocurre una de estas situaciones, ya sea (como esta vez) una caída de un cajón o, como podría ser en otra ocasión, decidirme a ordenar mi escritorio o mis cajones, nunca ordeno realmente las cosas, sino que termino desordenándolas, simplemente, de otra forma. Algo así como desordenar con creatividad.