Le estoy leyendo Momo a Felisín en ratos sueltos. A mitad del capítulo 3, Félix espera a que termine una frase para salir disparado mientras dice ¡Tengo que echar un truño!
Ya estoy aquí, dice. Vuelve y escucha un rato, más o menos quieto. De pronto, vuelve a salir de la habitación. ¿Adónde vas?, le pregunto. Espera, dice. Viene con un guante de nieve puesto en la mano izquierda, e intentándose pasar por la cabeza una especie de prenda amarilla y fluorescente. Le pregunto que qué es eso. Es de la policía, responde. Y sí, en aquella especie de banda fluorescente con agujero pone algo así como Policía Municipal. Félix escucha atento unos minutos más. En una pausa, aprovecha a preguntarme: ¿Sabes qué es?, me señala el guante. ¿Qué? Mi guante de disparar. Y finge disparar una pistola. Muy de vez en cuando interrumpe con dudas, pero estoy seguro de que entiende menos palabras de las que pregunta. A veces repito y cambio frases para que le quede más claro.
Aguanta hasta el final del capítulo atento, incluso expectante. Le pregunto si quiere que le lea el siguiente y me dice que sí. No tarda en desaparecer de nuevo. Cuando vuelve, me pide ayuda para ponerse la pareja del primer guante. Una vez tiene los dos puestos me pide que los ate entre ellos, con una especie de enganche-mosquetón que tienen. Lo hago. ¡Oh, no, estoy preso!, exclama con una risita. Sigo leyendo y Félix no deja de juguetear con los guantes. Y así termina el capítulo cuarto. Otro, pide. Vale. Pero espera, y vuelve a salir corriendo de la habitación.
Me espero un rato tirado en la cama, pero no vuelve. Sigo a mi aire y Felisín no vuelve a aparecer por la habitación. Otro día más.