jueves, 21 de noviembre de 2013

Las tres genialidades de Abel Núñez

   ¿Qué es lo más importante en un microrrelato? ¿El micro o el relato? ¿Lo que dice o lo que oculta? ¿Lo que es o lo que podría ser? Estas son algunas de las preguntas que me hacía ante la perspectiva de escribir un microrrelato para un concurso. ¿Cómo abordarlo? Mientras lo sopesaba, decidí hablarle del concurso a mi amigo Abel Núñez, insigne escritor en ciernes. Le propuse, atrevidamente (ya que está demasiado ocupado como para dedicarse a pequeñeces), que participara. Para mi sorpresa, aceptó con prontitud, y enseguida me obsequió con no una, sino tres piezas maestras. La agudeza de sus propuestas me dejó anonadado y no he podido hacer menos que dedicarles un análisis.

   En primer lugar, sin haber hecho siquiera un borrador, así a bote pronto, como inspirado por una musa genial, escribió la primera pieza:
 
   "sí". Qué banalidad, pensará el profano. Qué simpleza, pensará el simple. Qué tontería, pensará el tonto. Ninguno de ellos habrá sido capaz de asomarse a la ingente profusidad de significados que tan conciso relato prodiga. Porque sí; es, efectivamente y pese a lo que los escépticos puedan creer, una narración. Una compleja narración, de hecho. Un relato que abre, para el ojo agudo, todo un mundo de afirmación, y a su vez le da la espalda a todo lo que no engloba, es decir, todo lo que dicho "sí" no es. Es, por tanto, un claro posicionamiento contra el "no", su antónimo por antonomasia. Y es mucho más que una historia. Son todas las historias que dicen "sí". , se puede. , el final feliz. : la fuerza, el poder, el avance, el presente que mira al futuro, la existencia, el sentido, la ciencia, también la magia, a todo, SÍ. Y no un "sí" cualquiera: un "sí" sin mayúscula inicial y sin puntuación. Es decir, no tiene marcas ni de principio ni de final. De esta manera, se convierte en una verdadera historia interminable, que insinúa tanto un principio como un final infinito e inasible. Pese a ello (o precisamente por ello, dada la infinitud que lo engloba), el autor podría haberse extendido en el relato hasta límites insospechados, superando con mucho los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido. Sin embargo, el autor hace una fuerte apuesta por la escuetez y destierra cualquier distracción que se pudiera confundir con un planteamiento o un desenlace al uso. Todo lo que importa queda condensado en un potente monosílabo: .

   Pero el talento de Abel Núñez no se agota con facilidad. Aún más, su habilidad y brillantez son capaces de evolucionar a la velocidad del rayo. Apenas había terminado de teclear su primera obra maestra (uno de esos textos que se convierte en un clásico automáticamente), no dudó en lanzarse nuevamente sobre su máquina de escribir para plasmar una nueva obra, más extensa y caleidoscópica. Esta vez decía así:
sí...
   De nuevo, el ignorante no dudará en desdeñar la nueva obra, con el pretexto de que está basada en la anterior. Dirán que le falta originalidad y que el autor se ha estancado tanto en estilo como en el tema de la afirmación. Nada más alejado de la realidad. Aunque es cierto que este texto es una revisión del anterior, la calidad de su prosa, su intensidad y su profundidad no son menores; en todo caso se han multiplicado. A primera vista sólo se han añadido tres puntos suspensivos. No obstante, estos (aparentemente simples) puntos suspensivos aportan toda una nueva dimensión a la crónica. La infinitud latente en el relato toma ahora cuerpo palpable en dichos puntos suspensivos. En esta ocasión no se insinúa, como en el anterior, un final tendente a la eternidad (tanto en posible tamaño como significación), sino que se explicita la existencia de un final concreto. Como dice el poeta: "...".  Es decir, HAY un final específico para este relato. Sin embargo, el narrador decide dejarlo fuera de la narración. El artista deja fuera del cuadro parte de la pieza representada, pero nos señala que, efectivamente, existe dicha parte. Bien podemos denominar a este como el cliffhanger más repentino, más a bocajarro y más abierto de la historia de la literatura.

   No satisfecho con haberse prodigado en dos composiciones ricas y versátiles sin precedentes, y sin vértigo ninguno ante el lienzo en blanco, el mentado maestro no tardó ni un segundo en plasmar su obra definitiva:
Sí.
   En esta ocasión no hay ignorancia, ni malicia, que pueda oponerse a la patente potencia que derrocha este microrrelato. De hecho, llamarlo microrrelato, incluso intentar englobarlo en un estilo, un género o un tipo de construcción literaria conocida, sería demasiado inapropiado. Habría que crear un nuevo género para poder definir las características únicas de esta creación (humildemente, propongo a la comunidad literaria el término Nuñézico). Observamos que el estilo del autor ha evolucionado drásticamente (en una fracción de segundo) de forma tremenda. Ha dejado atrás las vanguardias, que tan atractivas le parecieron en su momento, y se ciñe a un aparente clasicismo, que no hace más que encerrar, en realidad, una fresca madurez. En esta etapa final, el autor se ha asentado, y ya no aspira a inspirar y recrear las infinitudes a las que una vez, en su juventud idealista y ambiciosa, aludió. En su lugar, se permite regodearse en el estilo, a través del cual desarrolla una elegancia y sobriedad sin par.

   No cabe duda de que en este momento, retrospectivo, Núñez retoma y reexamina los principales temas que ha engarzado en toda su obra:  la afirmación, el asentimiento, la confirmación, la positividad, la aprobación,... Y a pesar de mantener esta continuidad, consigue alentar el texto con una fuerza renovada, que logra en gran parte empleando una mayúscula inicial y un único punto final. Esta vez sí, la obra queda delimitada por un principio y un final. De esta forma, el autor consigue expresar en sólo tres caracteres el proceso esencial de toda vida: el glorioso nacimiento (la importancia de la creación de una nueva vida queda reflejada en la mayúscula), el paso fugaz y colorido (representado en el monosílabo, adornado con una apropiada tilde), y por último, la mortalidad y su inevitabilidad (encarnada en el minúsculo pero incisivo punto final). El texto goza de una autocontención envidiable. Núñez ha desplegado sus mejores aptitudes para trazar una obra de calado semántico a muy diversos niveles, sin renunciar a conseguir la máxima pureza estilística, demostrada a través de una brevedad, un condensamiento y una precisión que ni el propio Hemingway habría soñado. La profundidad filosófica y psicológica latente en el texto no menoscaba el placer de su lectura; muy al contrario, se trata de una obra imposible de no leer de cabo a rabo, y tremendamente fácil de releer a menudo, descubriendo nuevos puntos de vista, y con placer renovado. Me atreveré a aseverar que, entre todas, esta es sin duda su Obra Cumbre. Combina los habituales elementos de su prosa con una maduración vital y literaria de los conceptos tratados que la hacen mucho más poliédrica, curtida y aterrizada.


   He de admitir que no reconocí la genialidad de estas piezas a primera vista. En un primer momento creí que, simplemente, mi amigo me estaba respondiendo por triplicado a la propuesta que acababa de hacerle de presentarse al concurso. Pero una vez entendí que estas palabras eran, per se, obras completas, todo empezó a encajar y mi admiración terminó catapultándose a niveles astrales. Entendí que en el concurso al que le había propuesto presentarse nunca seleccionarían sus relatos (jamás premian los mejores). Ninguna editorial querría editarlo tampoco; al parecer están demasiado limitadas a producir libros con más de una página. Es por ello que a través de este humilde análisis he querido acercar, a todo el que desee conocerla, la extraordinaria prosa de mi, afortunadamente, amigo Abel Núñez. Sirva este texto, además, para lanzar a la Literatura un grito de atención sobre este autor y su formidable obra.

  Por último no he podido evitar, como escritor infatigable que soy, inspirarme libremente en la obra y el estilo de Núñez para crear mis propios textos, en los que, aún siguiendo sus patrones, he procurado añadir mi toque personal e intransferible. Os dejo con mis relatos (os suplico que los leáis si tenéis tiempo):
no

no...

No.