—El
problema de la inmortalidad será el ping-pong —dice Hao, y envía
con fuerza un mate cruzado que Xin no puede devolver—. Bien jugado.
—Hao se limpia la mano en la mesa, junto a la red,
y se la tiende a Xin. Xin no completa el apretón de manos.
—La revancha. —dice
Xin.—Deberíamos volver al trabajo. Pero está bien. Cambiemos de lado.
—Es lo mismo. Saca.
Hao hace su primer saque fuerte pero sin efecto. Xin no tiene dificultad en devolverle la pelota con potencia redoblada, y con efecto. Hao consigue defenderse, pero su golpe es tan forzado que el punto ya está sentenciado. Entre punto y punto, Hao pasa la mano sobre la mesa, junto a la red. Hao vuelve a sacar. A partir de ahora, se dice, sacar siempre, siempre, con algún efecto. Esta vez el punto dura un rato de idas y venidas, y termina llevándoselo Hao.
—Como te decía —retoma Hao mientras Xin saca—, podemos lograr que la mente sea inmortal mediante los algoritmos informáticos que hemos desarrollado y la memoria de toda una vida que estamos volcando en ellos, pero...
—Ahórrate tus pensamientos y teorías para el Volcado.
—Lo haré, te lo juro. En cuanto terminemos la partida lo transcribiré todo. Tengo buena memoria, lo sabes. No se va a perder nada. —el punto termina y Hao pasa la mano sobre la mesa, junto a la red, como de costumbre.
—Sacas. —dice Xin.
—No desprecio nuestro trabajo, sabes que le tengo devoción. Ambos la tenemos. Le estamos dedicando nuestra vida, y sé que la recompensa es la inmortalidad. Pero esta es la única ocasión que tenemos de desfogarnos y ser algo ajeno a las máquinas que registran por completo nuestro pensamiento y reacciones día a día. También quiero ser ese algo.
—El ejercicio físico y las horas de descanso son estrictamente necesarias para desconectar y poder volver al trabajo con fuerzas renovadas. Para nuestro proyecto no es trascendental ni necesario que tu personalidad consista en algo más que lo que eres mientras interactúas con los demás durante el Volcado. La consagración de nuestras vidas a este proyecto implica muchas renuncias, pero la recompensa es eterna.
—Lo sé, pero a veces me hago preguntas.
—Hazlas en el Volcado. ¿Cómo vamos?
—Ocho a seis, ganas. Ya las hago en el Volcado, pero te las quiero hacer también a ti, aquí. Aunque no me quieras hacer caso.
Durante unos segundos sólo se oye a la pelota cambiando de lado vertiginosamente: pala, mesa, pala, mesa, pala, mesa, pala...
—Voy a echar de menos el ping-pong —dice Hao—. Lo que quiero decir, y no me mires mal, es que la inmortalidad no será lo mismo que la vida, sin esto.
Pala, mesa, pala, mesa, pala... Xin erra su contraataque por unos milímetros.
—Primer set para ti —dice Xin—. Al mejor de tres, como siempre.
—¿No crees que podríamos pensar en alguna forma de introducir el ping-pong en el programa? Quizás podamos desarrollar algún complejo algoritmo capaz de tener en cuenta nuestra complexión física y funcionamiento motor, e incorporarlo al que ya estamos perfeccionando sobre nuestro proceso de toma decisiones, de forma que, aunque sólo virtualmente, podamos disputar partidos de ping-pong indefinidamente.
—Demasiado complejo. Aun así, vuélcalo.
—Date cuenta: de hecho, ¡el ping-pong puede ser nuestra salvación! ¿Recuerdas la mayor dificultad que surgió cuando lanzamos la primera simulación de nuestro programa? La Consciencia Ad infinitum 1.0, aunque primitiva, a la larga sufría una conmoción porque se volvía fuertemente autoconsciente y autoreferencial, cayendo en un bucle de indolencia que le hacía dejar de interactuar con el resto de bots, programados para alimentar su consciencia y estimularla. Parcheamos aquella falla de mala manera...
—Eficaz.
—..., estableciendo un retorno obligado a sus actitudes más vitales del principio cuando la Consciencia parecía acercarse a dicho bucle.
—Y funcionó —dice Xin golpeando con rabia de revés.
—Aparentemente. En las simulaciones más básicas. Pero no deja de ser un parche chapucero. Como si le estuviéramos dando drogas anti-depresivas al programa.
—Quizás sea lo que necesite.
—Lo que necesitemos. Pero piénsalo. Es como sostener la sonrisa de La Gioconda con esparadrapo. Una verdadera obra de arte y de ingeniería como la que estamos proyectando merece algo mejor. ¡Y en el deporte puede estar la solución! El deporte, por sí mismo, tiende al infinito. No importa cuántas veces un equipo gane o pierda, la competición se repite al cabo de un tiempo con los ánimos renovados y el resultado puede ser diferente. La esperanza y la pasión por el deporte tienden al infinito. Si logramos trasladar ese ámbito y esa ansia a nuestra Consciencia informática, lograríamos subsanar su tendencia al bucle de una forma integrada en el propio sistema.
—Tanta cháchara te hace desatender tu juego. Empate a uno. El que gane este set, gana.
—Pero piensa lo que te propongo. ¿No te parece razonable?
—Saca —ordena Xin, y no retoma la palabra hasta que Hao ha sacado—. Admito que no es una idea del todo descabellada. Pero es demasiado costosa. Todavía nos queda bastante por perfeccionar los algoritmos que simulan las conexiones cerebrales, como para enzarzarnos en programaciones de nuestra entidad física. ¿Te parece poco la inmortalidad de la mente?
—¡No, desde luego! Pero empiezo a creer que ésta será una consciencia insostenible si no va acompañada de su contraparte corporal. Lo tengo decidido. Voy a trabajar en un añadido que nos permita al menos jugar al ping-pong, como en la vida real, para desfogarnos también. Lo necesitaremos para la eternidad.
—El problema de la inmortalidad será el ping-pong —dice Xin, y envía con fuerza un mate cruzado que Hao no puede devolver—. Bien jugado. —Xin se limpia la mano en la mesa, junto a la red, y se la tiende a Hao. Hao no completa el apretón de manos.
—La revancha. —dice Hao.
Inspirado en parte en El Dragón de Madera, de Mario Larrá.
Forma parte del proyecto Espiral de relatos.