Cuadro de Juan Genovés
Para simplificar los procesos comunicativos me gusta imaginar la respuesta a un determinado estímulo (por ejemplo, como es el caso aquí, a una lectura) como un eco. El eco es una reverberación deformada de nuestras palabras. Nos sirve para escucharnos a nosotros mismos. Nos hace darnos cuenta de que existimos (porque sí, algunos idiotas aún no tenemos claro si existimos). Y nos hace conscientes de estar en un lugar físico, donde nuestras palabras han rebotado.
Peeero en el mundo virtual la física no es especialmente agradecida. Tampoco en el mundo editorial (que es la contrapartida analógica de lo anterior), y pese a todo tengo ese deseo romántico y quizás estúpido de ponerle cara (y expresiones) a los asépticos números de posibles lectores. Sin embargo, volviendo a los ecos a los que me refería hace un momento, estos no son planos y sin vida como los que escupen los muros. De hecho, este tipo de ecos ni siquiera suelen sonar, no se concretan en una expresión audible, a diferencia de sus compañeros acústicos. Pero son mucho más ricos. Tienen relieve. Porque estos ecos son producidos por personas, y no solamente hacia fuera, sino también hacia dentro, haciendo vibrar ciertos resortes misteriosos que los seres humanos tenemos pero sólo intuimos.
Y bastante es ya que estas reflexiones, mayoritariamente autótrofas o literatófagas, tienen algo de repercusión. Porque el grueso de mis textos aquí no son de contenido externo a mí, sino reflexiones más o menos propias e indagadoras, sin respuestas claras, de carices ambiguos y desde luego siempre enfocadas de forma muy personal. Aunque esto, por otra parte, podría ser un pro, si estamos de acuerdo en que el artista es más universal cuando más íntimo es, como dice el pintor Juan Genovés.
Ahora permitid que me eche un autocumplido con sorna: soy un divagador excelente. Me he marcado tres párrafos decentes para poder introducir lo que venía a decir desde el principio. Todos esos ecos silenciosos pueden llegar a ser frustrantes, y aunque el silencio también es de agradecer, a veces uno no puede dejar de despotricar un poco sin ton ni son contra todo; quizás especialmente contra este formato mismo, tan lleno de posibilidades que si no las cubre todas parece volverse un despropósito. Porque me ocurre que por mucho que regente un blog, este formato me desagrada, de alguna forma que ni sé definir.
Por suerte, he entendido la existencia de esos ecos silenciosos mucho mejor debido a un par de ecos audibles. Raúl Urbina respondió a mi "Griterío" con una reflexión sobre las razones para hacer lo que hacemos (escribir, esencialmente, por encima del formato y la repercusión). Y de alguna forma estas dos entradas inspiraron también a Mario Larrá para retomar no sólo su blog, sino la escritura misma, que había dejado de lado durante un tiempo (y su reactivación tuvo su reflejo en el blog de Raúl Urbina también). De esta forma, una humilde bola de nieve ha ido crecido un poquito de pronto hasta desembocar en un nuevo proyecto creativo que Mario Larrá ya ha comenzado y que Abel Núñez y yo mismo proseguiremos como un reto literario próximamente. Pero eso ya lo explicaré.
Lo que me ilusiona ahora es haber recordado que, aunque sean mudos e invisibles, hay seres pensantes que pululan por estos lugares. Quizás recibiendo más de lo que nunca sabré imaginar.
Y bastante es ya que estas reflexiones, mayoritariamente autótrofas o literatófagas, tienen algo de repercusión. Porque el grueso de mis textos aquí no son de contenido externo a mí, sino reflexiones más o menos propias e indagadoras, sin respuestas claras, de carices ambiguos y desde luego siempre enfocadas de forma muy personal. Aunque esto, por otra parte, podría ser un pro, si estamos de acuerdo en que el artista es más universal cuando más íntimo es, como dice el pintor Juan Genovés.
Ahora permitid que me eche un autocumplido con sorna: soy un divagador excelente. Me he marcado tres párrafos decentes para poder introducir lo que venía a decir desde el principio. Todos esos ecos silenciosos pueden llegar a ser frustrantes, y aunque el silencio también es de agradecer, a veces uno no puede dejar de despotricar un poco sin ton ni son contra todo; quizás especialmente contra este formato mismo, tan lleno de posibilidades que si no las cubre todas parece volverse un despropósito. Porque me ocurre que por mucho que regente un blog, este formato me desagrada, de alguna forma que ni sé definir.
Por suerte, he entendido la existencia de esos ecos silenciosos mucho mejor debido a un par de ecos audibles. Raúl Urbina respondió a mi "Griterío" con una reflexión sobre las razones para hacer lo que hacemos (escribir, esencialmente, por encima del formato y la repercusión). Y de alguna forma estas dos entradas inspiraron también a Mario Larrá para retomar no sólo su blog, sino la escritura misma, que había dejado de lado durante un tiempo (y su reactivación tuvo su reflejo en el blog de Raúl Urbina también). De esta forma, una humilde bola de nieve ha ido crecido un poquito de pronto hasta desembocar en un nuevo proyecto creativo que Mario Larrá ya ha comenzado y que Abel Núñez y yo mismo proseguiremos como un reto literario próximamente. Pero eso ya lo explicaré.
Lo que me ilusiona ahora es haber recordado que, aunque sean mudos e invisibles, hay seres pensantes que pululan por estos lugares. Quizás recibiendo más de lo que nunca sabré imaginar.