lunes, 17 de diciembre de 2012

La eternidad contenida


El mayor pecado es perder el tiempo. No se puede perder el tiempo, se repetía. Hay que hacer algo, siempre hacer algo. Nunca dejar de hacer. Siempre sacar provecho. Dejar de hacer es morir. Esperar es suicidarse, mirar es matar. Llegó a la parada de autobús. Cuatro minutos para el próximo autobús, decía el letrero electrónico. Cuatro minutos. Esperar es morir, no pudo evitar pensar; pero no pasaba nada, siempre llevaba encima su particular bombona de oxígeno, su panacea, su remedio a las múltiples muertes que acechaban en el día a día: un libro. Siempre un libro en el amplio bolsillo interior del abrigo. Metió la mano, palpó, se echó las manos al resto de bolsillos, incluso a los más inverosímiles. El desastre. El vacío, la nada. El monstruo: la quietud. Cuatro minutos. Todavía, y por siempre, cuatro minutos.