No importa cómo nos pille, antes del fin del mundo haremos lo de siempre; será como cualquier otro apocalipsis diario. La verdadera cuestión es, ¿qué hacer tras la catástrofe? ¿Tendrán sentido -y destinatario- nuestros proyectos? ¿Nos volveremos a hacer la cama? ¿Tendremos tiempo -por fin- para ordenar la habitación? ¿O estará todo tan destruido que la única opción que nos quedará será la de medrar y avanzar? Un mundo en el que ni siquiera ser capaces de mantenernos en una resguardada mediocridad. Mejorar, como única vía, por no haber nada empeorable. ¿Por qué no hacer propósitos como los de año nuevo pero más radicales: propósitos de mundo nuevo?
¿Y si el fin del mundo se queda a medias, destrucción inclusive, y se forma una amalgama extraña de caos y orden, futuro y prehistoria? ¿Y si el mundo después del mundo no es tan diferente a este? Quizá tengamos que echarlo entero abajo, pese a todo, para poder reconstruirlo adecuadamente.