Cruzando una montaña, dos mares y tres
desiertos se llega a un lugar más real que ninguno, donde los
hombres conocen y aman todas las leyes de la naturaleza, incluso las
menos intuitivas. Allí entienden la condición del fuego, y la
relación entre dos vibraciones distantes, y las causas primeras de
los humores enfermizos. Gustan de medirlo todo, y emplean sus propios
números (que son finitos, pues no aceptan la existencia de un número
si éste no tiene su equivalente empírico).
Hasta aquí las coincidencias entre
sus habitantes, pues hay una disputa milenaria entre Aparentes y
Consecuentes. Es común considerar que sólo lo posible es admisible
y recto, y todo lo percibible ha de ser posible de alguna forma; por
ello la ética de la mayoría, llamados Consecuentes, es
completamente laxa. Sin embargo, existe una facción extremista que
rechaza cualquier apariencia que contradiga las leyes naturales, sin
importar su plausibilidad. Estos hombres, llamados con ironía
Aparentes, imponen su moral con violencia, aniquilando a magos,
homeópatas y profetas. Por su parte, los Consecuentes aprecian a
magos, homeópatas y profetas, ya que son posibles, y de hecho
existen; pero no censuran su matanza, pues ésta también es
factible, y por tanto, buena.