Leo no me dejaba
en paz. Las ruedas de los trenes que entraban en la estación chirriaban para
frenar. Cuando el horizonte cayó, intentábamos dormir. Leo me susurraba:
"Queriendo a una persona, ¿serías capaz de renunciar a ella si de eso
dependiera su felicidad?" Déjame en paz, Luis Leonardo Jiménez, hijo del
butanero y su chingada. Chucuchú-chucuchú: tren llega, tren sale. La estación
se va derrumbando sin prisa y sin pausa. "Me gustaría probar la gravedad
cero, en uno de esos aviones..." Sí, sí, sí, lo que quieras, Leo.
"Quizás me baste con ahorrar durante un año". Si el techo se derrumba
sobre ti, es un buen momento para respirar aire puro, que venga del viento.
¡Fiuuuu...! El tren volador. En la India, está permitido montar sin pagar si el
tren ya está en marcha. Aquí es casi imposible subirse a un tren en marcha.
"En el espacio uno es más alto: las vértebras se separan y creces unos
centímetros". Aunque yo nunca lo he intentado. Leo cree que estoy enamorado
de Eugenia sólo porque me acosté con ella. Él dice que se enamoró de la
prostituta con la que perdió la virginidad. Leo, el idiota, se tatuó su
"nombre" en el brazo: Yazmina. Ya nadie grita "¡Pasajeros al
tren!". No la volvió a ver.
Nunca he sabido si que Eugenia me guste
significa estar enamorado. Un oficinista sentado en una piedra, si no se
indigna, es raro. Pero puede ser un oficinista hippie. Los raíles son una
metáfora de la vida: es un camino, se pierde en el horizonte, no se sabe dónde acaban
y pocos saben cuándo pasa el tren que deben coger. Pensando en Leo y Eugenia,
dormí finalmente.
Al despertar, como de costumbre, un
profundo TUUUT-TUUUUUUUUT. De un salto, cogí papel y boli y escribí lo que
acababa de soñar: "Veleta con forma de gallo. Chirriaba". A veces es
imposible recordar. Yo, por ejemplo, no recuerdo qué cosas he olvidado. Un
paseo por los desarbolados alrededores y poder escuchar pájaros piando. Dios da
de comer a las aves, los animales sólo trabajan en circos y zoos. Las curvas de
Eugenia. Cuando la odio es cuando más me gusta. Carne. Calor. Giros. Jadeos.
Brisa helada. Escalofrío. Los ojos de Eugenia mirando hacia otro lugar. La
lengua de Eugenia humedeciendo su labio inferior. Escalofrío. Coger un tren.
Viajar, dormir, despertar. Traqueteo. Ventanilla. Leo y Eugenia. Leo gritando:
"¡Está ahí, ahí está!". Eugenia abrazándome. Eugenia en mi boca, yo
respondiendo, ausente. Aquí están mis alas y aquí está mi lastre. La primera
noche volamos. Luego hubo un bombardeo y entonces volé con sus amigas.
Con la paz, el tiempo se hizo infinito
junto a Leo y Eugenia. Un beso en la mejilla, para ti, Eugenia. El beso con más
amor. Adiós, me voy a volar por mi cuenta.
Escribí este relato hace varios años, influenciado por Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos. Lo he recordado leyendo Expreso Nova, de William Burroughs (que he decidido dejar).