lunes, 28 de enero de 2013

El "Sentido" y las distracciones


¿Cuán cínico es considerar todo lo que no tenga un propósito trascendental como inútil, superfluo y tangencial? ¿A qué nos referimos cuando hablamos del Sentido de las cosas? ¿Cuál es el verdadero Sentido de las cosas que hacemos y que nos llenan, y el de la vida? ¿Y en última instancia, pensará alguno, qué importará tal Sentido si estamos satisfechos? ¿Al fin y al cabo, no es esa búsqueda de Sentido una búsqueda de satisfacción? Entonces, si quedamos satisfechos podremos pensar que hemos dado con el Sentido, o al menos que hemos disfrutado de su plenitud por un lapso de tiempo. Sin embargo, creer esto es engañoso. A no ser que por la definición de Sentido se entienda aquello cuya razón de ser es el proporcionar satisfacción. En ese caso todos tenemos la capacidad de encontrar lo que nos sacie, salvo que seamos eternamente insaciables, en cuyo caso lo que nos puede saciar es, pese a no ser saciados con nada, el seguir intentando serlo.

Pero si entendemos el Sentido como una finalidad mayúscula, ¿existe tal cosa? ¿Hasta dónde llegan sus fronteras, si entendemos que puede existir? ¿A qué aspiramos, al fin y al cabo, en nuestras vidas? ¿Ser recordados por la humanidad es un mérito al que merece la pena aspirar? ¿O tal vez es más necesario el comportarse de acuerdo a un código moral autoimpuesto de forma impecable –ser congruente con las coordenadas que uno mismo se estipula? ¿Debemos aspirar a ese Sentido en vida o nos importa también el después de los otros –nunca más nuestro después–, nuestra muerte? ¿Y más allá de nuestras vidas y muertes, se puede encontrar un Sentido? Esta pregunta es la misma, en esencia, que la de ¿existe Dios?; pero formulada ajenamente a la política de las creencias, sino intentando agarrar el corazón que el fruto de la amargura guarda y exponerlo a la luz, descarnado.

Lo más terrible es que, una vez consideradas cuidadosamente las alternativas, no importa la existencia o la inexistencia, el sí o el no, el fin o su ausencia. Al final, a todos los efectos prácticos, todas las posibles respuestas parecen diluirse, inexorablemente, en meras distracciones.