Más a menudo de lo que desearía tiendo a pensar en absolutos y en grandes cifras. Aunque sea incapaz de concebir el verdadero significado de un número, como, por ejemplo, siete mil millones. Pero tal número se hace aún mucho más incomprensible si ese factor le añadimos que esos siete mil millones son algo tan variable, extraño y adjetivable como son los seres humanos.
Bastante |
Pero no sólo eso. Me encantaría poder acceder a todas las matemáticas implícitas en la vida cotidiana. ¿Cuántos pasos hemos dado en toda nuestra vida, cuántas veces nos hemos tocado la nariz, cuántos kilos de comida hemos procesado, qué porcentaje de tiempo he dedicado a pensar en cada uno de mis conocidos, cuánto tiempo han dedicado mis conocidos a pensar en mí? Y así, otras mil cuestiones irrelevantes, métricas y estadísticas invisibles, que nos rodean. He de admitir que siempre he imaginado el Cielo post-mortem como un Gran Archivo cercano al infinito, un enorme Catálogo, un Centro de Documentación vastísimo, donde todo está grabado y medido de todas las formas posibles. Así, la Eternidad podría ser una entretenida recapitulación de curiosidades del tiempo caduco. Al menos, al principio.
Hoy día podemos acceder con facilidad a la biblioteca más plural y más cercana a tender al infinito que haya existido jamás: Internet. Y si por infinito entendemos lo que una vida dedicada no podría llegar a abarcar, desde luego que esta "biblioteca" sobrepasa en mucho esa infinitud.
Los volúmenes de información que se mueven en esta extraña nube digital donde todo pasa pero todo queda son inconmensurables, y por mucho que se hagan estimaciones y previsiones, como la que dice que en 2016 se alcanzará el "zettabite" (que en bytes es una cifra seguida de 21 ceros, así: 1,000,000,000,000,000,000,000), somos incapaces de entender la enormidad de tantos ceros (al fin y al cabo, sólo son 21, ¿no?).
Pues bien, en este universo en constante expansión somos incontables los que, lejos de apocarnos por la inmensidad del monstruo, y ejercer de humildes, y callar, seguimos apostando por nuestra voz y nuestra importancia, aunque sea nimia y aunque sólo nosotros creamos en ella. Y seguimos hablando, escribiendo, mezclando y remezclando, opinando, postulando, aventurando. Somos incontables, decía. Pero aún así estamos, creo, todavía en minoría, si consideramos esa vastedad que es el conjunto de la Humanidad.
Y a esos, a todos los demás, sin audiencias, ni siquiera mínimas (como la mía aquí, o como la de unos compadres en la barra del bar), quería dedicar esta reflexión. A esos que por la razón que sea, sobre todo si es por precaución, evitan contribuir al vertedero multitudinario de la información y la opinión y la creencia, y callan lo suficiente, y escuchan sin interrumpir, y leen sin necesitar escribir. Esos nos dejan a los charlatanes, todavía, cierto espacio para explayarnos y ser recibidos.
Por eso yo hoy, en nombre de todos los bocazas del mundo, les doy a ellos (os doy, si estáis escuchando) las gracias por el silencio.